(A VERO...)
Casi toda la tarde la he pasado embalando y guardando de nuevo mis libros; se acerca otra mudanza y, mis libros son prácticamente lo único de valor que tengo.
Cuando estaba guardando mis cuadernos, unas sencillas libretas escolares garabateadas de la primera a la última hoja, con ciento cincuenta historias, que al principio con mi pluma Parker, y ya al final, con un lapicero, yo mismo he ido escribiendo, o mejor transcribiendo, tal y como me las contaron alguno de sus protagonistas: La historia de Diogo, aquel niño portugués cuya madre tuvo a medio Portugal, casi toda Galicia, y buena parte del Reino de León (Salamanca, Zamora y León) recogiendo, durante meses, tapones de plástico, con el fin fin de que el muchacho, tuviese la silla de ruedas especial, que le iba a permitir realizar una vida normal, o que esta fuese, lo mas parecido a la normalidad que gozamos, todos los que nos sentimos normales... Y la de aquellos dos "ambulancieros", los primeros en llegar a un siniestro en un tren, que sobrecogidos de impotencia ante lo que allí veían, solo acertaron a pedir, por los telefonillos de las viviendas cercanas, ¡MANTAS! y la lluvia de mantas duró más de media hora... O la historia de los vecinos del Campo de Gibraltar, tras la Batalla de Trafalgar (esta la leí, no me la contó nadie)... La de los vecinos de la ciudad de Arévalo, que se ganaron a perpetuidad el titulo de poder lucir en su escudo el lema: MUY HUMANITARIA... Y la historia de esas Navidades en que los internos de la cárcel de Martutene, gracias a una monja más bilbaína que las Siete Calles, dispusieron, a discreción de sellos de correos con los que poder escribir a sus casas... Ciento cincuenta historias, metidas en diez libretas escolares, que relatan como cuando a un hombre le falla todo, solo el sencillo gesto de otro hombre (HOMBRE EN EL MÁS RACISTA, PURO, NEUTRO Y HUMANO, SENTIDO DE LA PALABRA HOMBRE) puede aliviar esa situación.
Cuando estaba guardando mis cuadernos, unas sencillas libretas escolares garabateadas de la primera a la última hoja, con ciento cincuenta historias, que al principio con mi pluma Parker, y ya al final, con un lapicero, yo mismo he ido escribiendo, o mejor transcribiendo, tal y como me las contaron alguno de sus protagonistas: La historia de Diogo, aquel niño portugués cuya madre tuvo a medio Portugal, casi toda Galicia, y buena parte del Reino de León (Salamanca, Zamora y León) recogiendo, durante meses, tapones de plástico, con el fin fin de que el muchacho, tuviese la silla de ruedas especial, que le iba a permitir realizar una vida normal, o que esta fuese, lo mas parecido a la normalidad que gozamos, todos los que nos sentimos normales... Y la de aquellos dos "ambulancieros", los primeros en llegar a un siniestro en un tren, que sobrecogidos de impotencia ante lo que allí veían, solo acertaron a pedir, por los telefonillos de las viviendas cercanas, ¡MANTAS! y la lluvia de mantas duró más de media hora... O la historia de los vecinos del Campo de Gibraltar, tras la Batalla de Trafalgar (esta la leí, no me la contó nadie)... La de los vecinos de la ciudad de Arévalo, que se ganaron a perpetuidad el titulo de poder lucir en su escudo el lema: MUY HUMANITARIA... Y la historia de esas Navidades en que los internos de la cárcel de Martutene, gracias a una monja más bilbaína que las Siete Calles, dispusieron, a discreción de sellos de correos con los que poder escribir a sus casas... Ciento cincuenta historias, metidas en diez libretas escolares, que relatan como cuando a un hombre le falla todo, solo el sencillo gesto de otro hombre (HOMBRE EN EL MÁS RACISTA, PURO, NEUTRO Y HUMANO, SENTIDO DE LA PALABRA HOMBRE) puede aliviar esa situación.
Una Rosa...
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