CUENTO... (Reedicion de un cuento con ochenta años de historia)


Dentro de apenas una hora y media, comenzara el día efemérides, del comienzo de la época histórica, más sórdida, terrible, y cruel de cuantas ha sufrido y sentido ese hermoso pedregal donde viven ese que escribe mal, y todo el bestiario que su imaginación ha creado. Dentro de un rato conmemoraremos el final oficial de la Guerra Civil Española, y el extraoficial comienzo de "LA POSGUERRA". Y ese que escribe mal, quiere conmemorar la efemérides reeditando una historia de las muchas entre las que creció:



De jovenzuelo, mi tía Pilar me contaba la historia que voy a intentar narrar ahora, y que conociendo muy bien el motivo, hoy, más que nunca me apetece recordar...

Nos situamos en Madrid, en la Catedral de Nuestra Señora, Nuestra Señora de las Telecomunicaciones; en el número uno de la Plaza de Cibeles; estamos en el gris, frío, y sórdido invierno de 1943. Son las ocho y media de la mañana, y en La Casa del Café -Bar Correos- de la Calle de Alcalá, los funcionarios forman un buen guirigay, mientras disfrutan de un café con leche: Achicoria, con vaya usted a saber que brebaje de textura y color parecidos a la leche. Baldomero, técnico del negociado de justicia, siempre que entra a esas horas en el Bar Correos exclama: ¡Coño, aquí hay más hombres que en la guerra!

    

Entre todo ese barullo, lo único  que realmente se escucha, es la risa de Facundo, el ordenanza de la dirección. Facundo es calvo, cheposo , y fofo; entró en El Cuerpo en 1924; verbigracia, del director de entonces, un joven espigado, muy estirado, que no paraba de fumar, y que decían, era la viva estampa de D. Alfonso XIII, cosas de la genética...
Por todos es sabido, que a Facundo le gustan las bromas pesadas, el arroz con pichón, que dice se come en su casa todos los domingos; y, quizas porque tiene la mesa junto al palomar, encima de todos, justo en la torre; presume de conocer las vidas de todo bicho viviente que pulula por el Palacio  de las Telecomunicaciones. Quien sabe si contando o callando, en algún momento pudiera sacar algún beneficio...
Facundo, que no suele bajar al Bar Correos, esa mañana, tenia que arreglar con los ambulantes del Expreso de Andalucía la encomienda de unos cuantos  paquetes de Chester. El entremés a cada uno de los arreglos de Facundo, era el relato de alguna de sus bromas,  aderezado con un generoso chorro de su avinagrada risa. Y ahí estaba Facundo, riendo a mandíbula batiente, señalando uno de los asientos de la barra de La casa del café .


 Luis Cifuentes trabajaba como cartero. Vivía, o mejor, mal vivía, en un cuchitril frente a la Estación de las Delicias. Las noches, que en casa del Cartero no había  para cenar, casi todas. Él, la mujer, y sus tres hijos, salían a ver partir el Lusitania Exprés. 

   

A los niños, les fascinaba ver arrancar aquella mole toda iluminada, y Luis Cifuentes, no podía apartar la vista de todas aquellas mujeres, elegantes y alegres, bien vestidas, extranjeras la mayoría de ellas. Mientras, la mujer de Luis, se acurrucaba en los bancos de madera de la sala de espera de la estación con el ojo bien atento para encontrar algún diario portugués de papel más fuerte que los Diarios de Madrid, con el que calentar y envolver su pecho, aquejado de una incipiente tuberculosis. Esa era la estrategia de la familia Cifuentes Montesinos para despistar al hambre: Ir a ver la partida del Lusitania Exprés. 


Un día Facundo, se fijó en Luis Cifuentes, desenroscó uno de los asientos de skay rojo de la barra del Bar Correos, lo envolvió,  lo lacró, y entrego el paquete a los ambulantes del  Expreso de Galicia que a la sazón recorría toda la Tierra de Campos, con el encargo de que a su regreso se lo entregaran al cartero Luis Cifuentes; y así hicieron estos....


Cuando los ambulantes del Expreso de Galicia entregaron a Luis Cifuentes, el paquete de Cantiveros, y recogido en la Estación de Arevalo, la cara de este fue todo un poema: ¿que seria, quien se había acordado de él? Luis tenia familia en La Moraña, pero desde antes no se hablaba con ellos ¿y ahora le enviaban un paquete? ¿Que sería? Su cabeza se aceleró en la búsqueda de respuestas. ¡Ya está! Está claro, ¡es un pan blanco! Uno de aquellos panes que hacían sus primos, obradores en Cantiveros. Luis Cifuentes se puso contento, y cuando acabo su jornada salio a escape para su casa. ¡Antonia! ¡Antonia! mirar lo que traigo ¡Un pan blanco! Los críos se juntaron en torno a la mesa, y luis con toda la parsimonia y el boato de que era capaz se puso a retirar el hilo de cáñamo, a levantar los lacres, y a desenvolver el paquete.



La tristeza y las lagrimas se adueñaron de los cinco. Luis con un cuchillo destrozó aquel asiento, que fue a parar a la bilbaina, y aquella noche, no pudieron, a pesar de que tampoco tenían nada para cenar, ir a ver la partida del Lusitania Exprés.



A la mañana, Luis, con los ojos llenos de lagrimas, se encaró con Facundo con el que se encontró por casualidad en el patio de operaciones. Facundo, solo fue capaz de soltar una risotada y decir: Y a mi que... Yo este domingo tengo arroz con pichón.



El sábado, los correturnos, al entrar en el patio de operaciones, sobre el entramado roblonado acristalado que hacia de techo, encontraron a facundo muerto, allí estampanado, con un pichón entre las manos. Habia caído desde el palomar, allí arriba en la torre...



(A todos los que vivieron y sobrevivieron a aquella época de silencio, hambre y miedo. CON CARIÑO Y RESPETO...)

Las fotografías de esta entrada pertenecen a la serie "Historias" y han sido realizadas en 2016.