La hora del cambio de turno hace mucho tiempo que pasó, pasó justo cuando el sol comenzó a calentar las peñas más altas. La frenética actividad del turno de noche, fue paulatinamente relevada por la actividad de los seres también vivos del turno de día. La fabrica de la vida, a pesar de los malos tiempos que corren, jamás se ha permitido cesar la actividad.
Raamoss... Raamoss... Raamoss... Caminan en silencio, solo el ruido de sus pies calzados, pisando la arenisca de lo que alguna vez fuera una corriente agua. Raamoss... raamoss... raamoss... Un golpe de viento levanta el polvo con violencia, los caminantes se retuercen grotescamente buscando la protección que por naturaleza les falta, aprietan el paso, para llegar al bosque. Rams, rams, rams... En él, el silencio se hace murmullo, el murmullo vida, y, la vida vuelve a ser silencio.
Emboscados, ahora convertidos en espectadores de un recital infinito sin comienzo ni fin: La monorrimia del agua... Las cuartetas de la tierra... Los sutiles pareados del aire... Y, el imprescindible soneto del fuego. Todo junto, amalgamado, revuelto en el más anárquico de los poemarios, ligado, quien sabe por que extraña argamasa, los dos, comenzaron a caminar de nuevo.
El agua, la tierra, el aire y el fuego, forman la vida, forman los parajes, pero, ¿Qué hace que los parajes se conviertan en lugares? ¿Cuál es la quintaesencia de los sitios? –preguntó Olipem, con la mirada puesta a infinito. ¡Lo averiguaremos! –respondió tajante Pasavemira. Siguieron caminando por la cacera seca por el final del verano. Raamoss... Raamoss... Raamoss... Raamoss.
Las fotografías de esta entrada pertenecen a la serie "Cuatro elementos" y han sido realizadas en el verano de distintos años
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