UNA CINTA DE RASO AZUL

Los caracteres reflejados en esta entrada, y en las dos restantes que iran apareciendo, son fruto de la experiencia vital de Pasavemira, en ningun caso se ha pretendido hacer referencia a persona o situación real alguna. ( N. del que escribe)



La ciudad holgazana bostezaba en la ventana, con parsimonia se quitaba el pijama, se vestía de señora formal y salía a la calle. Él, gustaba de esas rutinas y hacia lo mismo: Salir a esas horas bostezando,  pasar por el portal a dos luces,  mirar la cara de gigante bonachón que tenia la casa donde vivía. 


Lali terminaba de arreglarse, sin mucho entusiasmo; un sorbo de café, aun tibio, y a la habitación; era verano,  tocaba calzarse las sandalias, sorbo de café, ya frío, y al salón, donde en una silla reposaba el bolso. Lo cogía, aseguraba el cierre y salía de la casa con el único afán de, a la noche, volver lo más cansada posible.



La jornada transcurría pesada y lenta. Para él, un caluroso día de gestiones y agobios. Para Lali, un día más en la tienda, luciendo toda la gama  de sonrisas impostadas que figuran en el manual de buenas maneras del vendedor eficiente.



Un poquin antes de la hora del cierre, a la tienda entró él. Desaliñado como solo él podía ser, con cara  de huevo cocido, aspecto y mirada de cansado: 

-Buenas tardes, ¿en que puedo ayudarle señor?  

-Si, esto, buenas tardes, un frasco de colonia Evento, por favor –contestó él devolviendo la formalidad -. 

Un segundo, tengo que subir por ella  –dijo la dependienta sonriendo -. 

Claro, por su puesto. 

Mientras, con la mirada seguía a la mujer que subía con gracia la pequeña escalera:  40 o 41 años, morena, pelo corto, ojos miel; una mujer atractiva, y algo más, que no acertaba a descifrar. Justo cuando estaba intentando averiguarlo, la dependienta regresó al mostrador. 

-Aquí está, y viene con una promoción para el sorteo de un viaje a las Islas Griegas , ya sabes; rellenando y enviando el cuestionario -dijo casi con confianza de amigo. 

él se sorprendió del cambio en las maneras de la dependienta, pero, ni se extrañó ni se preguntó nada. 
-Seguro, que lo tengo que rellenar y enviarlo a una dirección de Barcelona, que seguramente  será un apartado de correos –respondió-. 
-No, nos lo tienes que traer aquí y nosotros se lo damos al representante 
–Y que tal si lo rellenamos  ahora –la contestó  
-De acuerdo. 
La dependienta  río risueña con gestos delicados, gestos que a él le parecieron familiares. 
-Déjame tu DNI, anda –le pidió.  
Turbado con las confianzas,  se lo entrego tímido, sin decir nada.  Lali comenzó a rellenar el impreso usando caracteres de imprenta. Él, miraba sorprendido. -Me fascinan las personas capaces de rotular con esa elegancia. 
-Y a mi me fascinan los que ven las formas a la primera, aunque luego no sepan ubicarlas–dijo la ella sin levantar la vista del impreso-. 
-¿Perdón? –fue lo único que acertó a decir él. 
La mujer levantó la vista  limitándose a mirar a los ojos de este, que estaba pasmado. 
¿Lali? –dijo el otro mirando fijamente a quien tenia delante -.  ¡Vaya! creía que ibas a tardar una semana. -La misma, con el pelo más corto, y con algunos años más –dijo-. Ambos rieron a carcajadas. Momento en que  a la tienda entró una señora mayor.  -Éstas ocupada, en un rato cuando termines vuelvo y si quieres charlamos un ratin. ¿Querrás?   –dijo Pasavemira saliendo de la tienda y volviéndose en la puerta para esperar respuesta. - ¡Querré! a las ocho y media –contestó Lali que seguía riendo. 

A las ocho y media los dos coincidieron, esta vez de forma preparada; hablaron de tiempos pasados, de sueños compartidos que la vida se encargó de frustrar. Él, fue el que más, y más deprisa habló, no podía ser de otro modo. Ahora le tocaba a Lali comenzar su monologo vital:  “Hace trece años me casé, y hace dos me divorcié. De aquello tuve un hijo, Ivan, lo mejor que me ha pasado en la vida, un niño dulce y sensible capaz de llenar de alegría y hacer reír a todo el que tiene cerca”, -decía Lali mientras acariciaba con delicadeza la manzana que llevaba en la mano izquierda-. Esto es obra suya. –dijo con orgullo mostrando la manzana. Hace un año decidí dejar de fumar, me apunté a un gimnasio al que solo fui tres días, desde entonces todos los días procura que tenga una manzana junto al bolso al salir de casa. Ahora está con su padre, de vacaciones, y antes de irse me dejó un bolsón enorme lleno... ¡Es mi tesoro!

 Diez, veinte, tal vez fueron treinta, los segundos que caminaron en completo silencio. De repente Lali, notó que el suelo se le iba de los pies y ellá quedaba sola en  el vacío, se paró llevándose la mano a la frente; él se dio cuenta del enorme cansancio que tenia acumulado,  acercó su cara a la mejilla de Lali y la beso con sonoridad, ella, quedó en silencio, tratando de respirar con normalidad; él, frente a ella, tapándola el molesto sol del final del día, con ternura la dirigió hasta apoyar su cuerpo en el muro. Sin dejar de mirar sus ojos llenos de lagrimas sin brotar, no podía dejar de mirarla, por más que trataba de que las miradas no coincidieran, no podía, o tal vez no lo quería evitar  y que sus ojos se encontraran con los de ella. Todo lo he hecho mal -comenzó a repetir Lali con voz angustiada. Él no contestó, deslizó su mano por su nuca, entreabrió su boca. Y se acercó a ella muy despacio hasta que  los labios entreabiertos se acoplaron a su sien, la mano abierta se movia muy lenta por su cabeza jugando al escondite ingles. una pequeña, imperceptible succión y una ligerisima caricia  con la lengua, sustituyeron al beso. 

Aquella tarde  Lali era como un perrillo fugado en medio de una tormenta: vulnerable, indefensa, y asustada. No, así no se podía quedar su amiga, rebuscó en los bolsillos del pantalón hasta dar con una cinta de raso azul, con letras apresuradas escribió algo, tomó la mano izquierda de Lali y ató la cinta a la muñeca con un lazo. Yo A ti no pienso perderte de vista pase lo que pase. 

Las fotografías de está entrada pertenecen a la serie "Una cinta de raso azul" han sido tomadas en el verano de 2015.

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