Hace mucho tiempo, concretamente en febrero de 2003, ese que escribe mal y aun así sigue escribiendo, sufrió una recaída en su estado de salud; para recuperarse, entonces vivía en Cercedilla, el amigo todas las mañanas se iba a arrastrar los pies (al principio, lo de arrastrar los pies, era literal) por la Senda de la República. Al terminar la caminata en la Fuente del III reten coincidia con una mujer unos seis años mayor que el, con una chavala de veinte y pocos años, que preparaba unas oposiciones, y ese paseo diario era el único relax diario que se permitía, y con un cura, convaleciente de una hepatitis. Durante veinte minutos, quizas porque el lugar, bucólico como pocos ha conocido ese, invitaba ha hacerlo, los cuatro desconocidos, entablaban una improvisada y amena tertulia. Un día, que del cielo calló lo que nunca estuvo escrito, a los cuatro no les quedó otra que refugiarse debajo de un improvisado chamizo, y el uno, a la otra, y otra a otro se fueron intercambiando teléfonos con cobertura con los que avisar del retraso. Una vez calmados y tranquilizados los propios, el cura comenzó la tertulia, hablando de solidaridad; ese que escribe mal, y aun así lo sigue haciendo, no tardó en entrar al trapo, de un tema que no le era extraño, planteando una peculiar teoría, que quizas por lo diferente y estrafalaria, era su favorita: UN ACUERDO, UNA CANCIÓN, UNA ORACIÓN, UN GESTO DE EMPATÍA CON EL SUFRE, PUEDE LLEGAR A SER TAN EFECTIVO, COMO EL TRABAJO ABNEGADO DE MUCHOS... No todos comprendieron aquel planteamiento, pero los cuatro quedaron pensativos viendo caer la lluvia sobre aquellos parajes...
Una Rosa...
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