UNA FOTOGRAFÍA EN LA PRENSA DE LA MAÑANA
(A Claudio...)
Cuando Ulrike la propuso pasar una semana de vacaciones en la playa, ella, solo quería olvidarse de la nieve, del frío, y de su divorcio; y comenzar a reconstruir su vida.
Ahora, en el aeropuerto de Tenerife Norte, sentada en una silla de plástico, con un diario en las rodillas, mirando las fotos de las vacaciones no se encontraba. De vez en cuando, se paraba a pensar en la fotografía que traía la portada del Stuttgarter Zeitung, y en los instantes anteriores a que hicieran aquella fotografía en que era la protagonista:
Ahora, en el aeropuerto de Tenerife Norte, sentada en una silla de plástico, con un diario en las rodillas, mirando las fotos de las vacaciones no se encontraba. De vez en cuando, se paraba a pensar en la fotografía que traía la portada del Stuttgarter Zeitung, y en los instantes anteriores a que hicieran aquella fotografía en que era la protagonista:
Tumbada sobre aquella toalla de rizo azul, relajada como hacia muchos meses que no se relajaba, ningún pensamiento se atrevía a perturbar el momento. A veces, una batería pensamientos intentaba invadir su cabeza: ¿Con su trabajo podría permitirse ese viaje? ¿Hizo bien en pedir un crédito para poder hacerlo? La brisa, que en cada inspiración llenaba su almario de vapores de sal y yodo, y el sol, que calentaba su cuerpo casi desnudo estirado en la arena, se encargaban de expulsar de su mente a los invasores.
En una paz casi absoluta estaba, cuando los gritos y el desesperado afán de Frida por sacar a aquel hombre, de aquella embarcación que parecía haber salido del centro mismo del infierno. Estaba en paz casi absoluta, cuando la alocada carrera de Anette hasta la bolsa, y la desesperación de la joven buscando el teléfono. Estaba en paz, cuando vio la decisión de Ulrike, llevando, arrastrando, a un hombre harapiento, chorreando, temblando, espasmódico, hasta ella. Y la sacaron de golpe, y sin ninguna compasión de su yo, de su egoísmo y de su paz. Ahora, tenía en su regazo a un hombre, casi muerto de agotamiento, frío y hambre, un hombre al que no conocía de nada, un hombre al que Ulrike, con las toallas, trataba de calentar, mientras hablaba con Anette: ¿Has avisado? ¿Vienen ya? Y a la vez, a ella, le explicaba cómo debía hidratar al náufrago.
Para ella fue un solo instante, que hubiese atestiguado que duró un siglo. Un instante larguísimo, en el que oyó sirenas, lanchas, y hasta a un fotógrafo haciéndola fotografías.
Al inclinar su cuerpo para tratar de dar de beber al hombre, sus pechos desnudos, se rozaron con la piel negra y quemada del náufrago. Ella no fue consciente, ahora, en la sala de embarque del aeropuerto de Tenerife, viendo una fotografía en la prensa de su ciudad, era cuando comenzaba a entender y a sentir la descarga de humanidad y vida, que se produjo entre aquellos dos Seres Humanos.
Nota de ese que escribe mal, y aun así sigue escribiendo:
La historia más o menos real que se narra, nació al ver una fotografía del fotoperiodista Arturo Rodríguez, freelance para United Press, tras el arribo a la Playa de Los Cristianos de un cayuco con 42 Seres Humanos a bordo en 2007.
¡TUTTI FRATELLI!
LA CAJA DE ZAPATOS DE MAUTHAUSEN
A Juan Enrique le gustaba tocar el clarinete, los poetas ultraístas, pasear los mercados, y sentir la vida bajo sus pies.
Juan Enrique amaba la paz, amaba el Jazz, amaba a Valerio, y amaba el Whisky.
Juan Enrique tenia un traje, dos camisas, un par de zapatos, una petaca de piel de cerdo, una pluma Pelikan y dos amigos, a uno de ellos, lo mataron en la guerra que se declaró en su país. Del otro tuvo que despedirse cuando a Juan Enrique no le quedó otro remedio que el de irse vencido y caminando del país que le vio nacer.
Los zapatos de Juan Enrique, se desgastaron en la huida; y cuando fue detenido acusado de antisocial, Juan Enrique iba descalzo. Descalzo fue enviado al campo de concentración, y descalzo sobrevivió al horror.
Juan Enrique estaba encerrado en un campo de concentración, Se encontraba en un estado lamentable, su imagen era la imagen misma de la muerte.
Con los militares que liberaron el campo iba Guillermo, el que fuera amigo de Juan Enrique.
Guillermo no paró de buscar a su amigo por el campo, y cuando lo encontró, le dio una caja con un par de zapatos nuevos y el abrazo de un amigo.
Las fotografías de esta entrada, pertenecen a las series: "La caja de zapatos de Mauthausen" , "Una fotografía en la prensa de la mañana". Han sido realizadas y editadas en el invierno y la primavera de 2018.