La vieja SIATA acabó sus días rodando por uno de esos caminos que parecieran haber sido pensados solo para satisfacer las fantasías
sadomasoquistas de una ya muy vieja tecnología.
Ahora estaban sentados en la cuneta, contemplando a la venerable difunta; con cara de fastidio, y un gesto que podría decir:¿Y ahora como seguimos? Su mundo se había acabado entre una nube de humo y unos quejidos de motor gripado.
-Hay otros mundos... -dijo Pasavemira -Y están en este -contestó con sarcasmo Olipem.
Ahora, mientras esperaban que la imaginación de los dos se fijara en un mundo nuevo para explorar y compartir; un mundo que les permitiera explicar las imagenes cotidianas de su realidad, en una interminable y lucida borrachera de colores sin tono.
Ahora, ya no había nada salvo la fea y maldita realidad.